Un Viaje Mágico

Haciendo Música en Mi Angosto Pedazo de Tierra       

                                                           Por Manuel Monestel



Obtuve mi primer guitarra de un compañero en 1967 a la edad de 17 años en el último año de colegio en el Liceo Vargas Calvo en San José, Costa Rica. Pagué treinta colones y le di catorce discos de 45 RPM a cambio de la guitarra de mediano tamaño, que venía con las cuerdas oxidadas, le faltaban dos clavijas y tenía la unión del mástil quebrada. Recibí mi dulce guitarra con gran afecto, la pulí, compré nuevas clavijas y cuerdas que yo mismo instalé, pero no sin antes haber obtenido la ayuda de un ebanista para reparar la parte quebrada. Luego, vino el placer de embellecerla. La barnicé y pinté con coloridas margaritas y símbolos de la generación hippie y comencé a aprender acordes.










Aprendí mis primeros acordes espiando a mi hermano menor a través del hoyo de la cerradura de su habitación, porque Álvaro se encerraba mientras practicaba para que no le robara su conocimiento. Un compañero de clase suyo ya era un buen guitarrista y le había enseñado muchas cosas. Un día mi hermano descubrió que lo estaba espiando  y desde entonces decidió practicar  de espaldas a la puerta. Y tuve que encontrar otras maneras de avanzar en mi ¨carrera¨ musical.


Tocando mi humilde  guitarra estaba dando inicio a una vida musical que en ese momento no imaginaba y que me ha dado muchísimas satisfacciones  y me ha convertido en un músico profesional y en algo así como un experto de la música costarricense afrocaribeña.


A la edad de 19 años, estaba enganchado a la música, solía visitar el taller del escritor costarricense de boleros: Reca Mora.  Amaba verlo construir guitarras cerca de la esquina de la Iglesia de la Dolorosa en el centro de San José.  El cortaba las piezas, lijaba, barnizaba la madera y afinaba las cuerdas. De vez en cuando el mago de la madera y el sonido se detenía de su trabajo y comenzaba a cantar canciones compuestas por el mismo y que yo pensaba que nadie recordaría; eran hermosos boleros apreciados por un joven de 19 años a pesar de que en aquel entonces yo solo escuchaba rock and roll.


Reca fue el autor de “Noche Inolvidable” e ícono de un repertorio de grabaciones de artistas internacionales. . El sonido del bolero me era familiar ya que crecí escuchando a mi padre cantándolos.  El taller era oscuro y sucio, lleno de aserrín, madera, herramientas, cuerdas de nylon, discos de vinil y algunas imágenes en la pared incluida una fotografía del artista y compositor clásico paraguayo Agustín Barrios Mangoré junto al padre de Reca. Luego aprendí que mientras Mangoré vivió en Costa Rica hizo que los Mora le construyeran una guitarra.


Era entonces 1969 y mientras los astronautas americanos alunizaban, yo trabajaba para financiarme los estudios, vendiendo electrodomésticos en una pequeña tienda que le pertenecía a mi cuñado, justo a la vuelta de la esquina de aquel histórico taller de guitarras. El negocio iba lento, y los clientes más frecuentes eran las prostitutas de la esquina que me ofrecían favores sexuales a cambio de dejarlas obtener un set de televisión o  un tocadiscos sin hacer el primer pago o tener que hacer todos los procedimientos legales comerciales.  Siendo un joven tímido de un hogar católico no caí en semejantes tentaciones y terminé obteniendo insultos y gestos obscenos de aquellas mujeres.


En mi barrio, mis amigos Ronald, Enrique, Julio y yo aprendimos las canciones de los Beatles , Dylan, Crosby, Stills, Nash , Young y muchos otros grupos de rock y pop del hemisferio norte como también de Joan Manuel Serrat de España. También aprendimos boleros latinoamericanos, bonitas canciones de amor que hacían vibrar nuestros adolescentes corazones. Solíamos dar serenatas a las jóvenes en un extraño ensamble de boleros españoles y baladas en inglés esperando que las chicas al otro lado de la ventana, eligieran a alguno de nosotros, trovadores que se estremecían en medio de la noche para ofrecerles el amor por medio de aquellas bilingües canciones románticas.


Yo venía de una familia musical: mi padre era un cantante aficionado, mi abuelo era un guitarrista  popular y su primo Alejandro Monestel un muy respetado organista y compositor clásico costarricense que hizo su carrera  a inicios del 1900 en New York. Pronto descubrí que quería ser músico para el resto de mi vida.


Como estudiante universitario escuché grabaciones de maravillosos cantautores de Latinoamérica como Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti y Víctor Jara. De sus letras, música y ejemplos políticos aprendí a cantar acerca de problemáticas políticas y sociales  desde la perspectiva del amor y la paz.  Alrededor del mismo tiempo, descubrí Woody Guthrie y Peter Seeger con la ayuda de mis amigos norteamericanos.  Luego aprendí acerca de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Chico Buarque y Caetano Veloso.


Para mediados de los años setentas fundé mi primer grupo de música latinoamericana llamado Erome,  junto a mi hermano menor Bernal y dos amigos de Venezuela.  Para el final de la misma década me uní a Tayacán, una banda con un repertorio de canciones político-populares dirigida por Luis Enrique Mejías Godoy. Cantamos en  miles de conciertos para apoyar las luchas de  liberación en Nicaragua, el Salvador y Guatemala.


A finales del 1800, negros nativos del oeste africano vinieron a construir las ferrovías de San José a Puerto Limón, así la nueva industria cafetalera podía competir con el mercado internacional del café. La clase gobernante costarricense había inventado un país de blancos, católicos e hispanohablantes  cuando fundaron la nueva república después de la independencia de España. Irónicamente, el país fue y todavía es una mezcla étnica de indígenas, europeos, africanos y asiáticos.


La compañía ferroviaria decidió contratar mano de obra  proveniente de las Antillas, y esto se convirtió en una amenaza para aquella blancura artificial que la oligarquía cafetalera buscaba conservar.


La actitud racista de la llamada “sociedad blanca” se mantuvo, así que para los años 1980 no había información acerca de la música en Limón, y la mayoría de la población del país no sabía al respecto ni quería saber.


En ese contexto hacer algunas investigaciones básicas acerca de la música en Limón, basado en mis antecedentes como sociólogo.


Después de leer; “What Happen: A Folk History of Costa Rica’s Talamanca Coast” (University of Texas Press, 1977) (“Que pasó: Una Historia Popular de la Costa Talamanqueña de Costa Rica” (Imprenta de la Universidad de Texas, 1977), de Paula Palmer, veía una nueva hebra cultural de la música. Entonces conocí a Walter Ferguson, el mayor calipsero costarricense y luego a otros grandes autores de calipso. Desde entonces, he estado aprendiendo, grabando, produciendo investigando y promoviendo el calipso limonense en Costa Rica y el Mundo.


Con esta banda y como solista he tenido un maravilloso viaje musical a lo largo del caribe costarricense. Desde finales de la década de  1970 y hasta hoy he estudiado los sonidos de la provincia de Limón en el litoral caribeño de Costa Rica.


Grabando numerosos álbumes, ha sido la única vía para poder avanzar en un país donde las estaciones de radio están obligadas a promover música extranjera, normalmente producida  por las grandes corporaciones de entretenimiento, mientras que las producciones nacionales son ignoradas.


Los álbumes de música son buenos medios de promoción: ellos son como aves libres que vuelan a diferentes lugares y se posan así mismos en muchas ramas, lo que significa que nunca podrías saber quién terminará escuchando tu material y que puertas pueden eventualmente abrirse en cuanto a las grabaciones.


Hasta ahora tengo 14  álbumes de Cantoamérica y como solista y tres producciones más para artistas como Calypso Legends, Kawe Kalypso o Lenky.


Manteniéndome alejado de las principales corrientes y de la industria masiva de la música, me siento, a la edad de 64 años, muy feliz y satisfecho con lo que he hecho. He viajado por el mundo cantando mis canciones; he conocido y compartido escenarios con músicos maravillosos de diferentes partes del mundo. Cantando tanto en un viejo arsenal en Holanda, como en el Chiang-shek Memorial Hall en Taiwán, en la Alliance Française de Benin en África Occidental, en el Teatro Verano de Montevideo de Uruguay, en Los Baños en Cahuita de Puerto Limón, en el Teatro Nacional en San José de Costa Rica, en la Casa América en Madrid, en el Paul Masson Summer Series de California o en donde sea, me siento orgulloso y agradecido de tener este mágico trabajo que me inunda de felicidad y me da la oportunidad de compartir buenos mensajes y buenas energías con las audiencias en todos lados.



Fuente: “ReVista” Harvard Review of Latin America, Winter 2016.

Contenido Exposición


Música

Manuel Monestel

Eduardo Gamboa “DJ Flix”

Escuela de Música EMMC